Para los supersticiosos
El artículo que copio a continuación, escrito el martes 13 de mayo del 2003 por el periodista Javier Ortiz en su Diario de un resentido social, lo podéis leer aquí.
Martes y 13
Mi padre, que de joven fue bastante guasón –con los años se fue amargando–, solía decir que él no era supersticioso «porque eso da mala suerte». En realidad lo era, y mucho, al igual que mi madre: nada de pasar por debajo de una escalera, cuidado con cruzarse con un gato negro, no dejes ropa encima de la cama, si se te cae sal, recógela y tira un pellizco por encima del hombro, qué horror como se rompa un espejo, si se vierte vino, moja la yema de un dedo en él y póntelo en la frente... La tira de prohibiciones y de ritos.
No hace falta decir la que se armaba cuando llegaba un 13 y martes, tal que hoy. Prácticamente no se podía hacer nada, porque todo corría el riesgo de torcerse, pese a lo cual siempre sucedía algo que cabía atribuir al mal fario del día. Y es que, si uno se pone a pensar en ello, todos los días hay algo que nos sale mal, lo mismo que hay algo que nos sale bien, por tonto e insignificante que sea tanto lo uno como lo otro. El que se pasa la jornada juzgándolo todo desde el ángulo de la buena o la mala suerte, siempre encuentra algo a lo que agarrarse.
Me cuesta aceptar –pero no me queda más remedio, porque es un hecho– que haya personas de espíritu considerablemente científico, con una muy estimable capacidad para analizar la concatenación de causas y efectos que explican lo que finalmente sucede, y que de repente te montan un drama porque descubren que les has invitado a una cena con otros doce comensales. Y que se lo toman tan a pecho que te comunican que, una de dos, o invitas a otra persona más o ellos se van. Y no les digas que es una chorrada, porque te contestan con toda tranquilidad que ya lo saben, pero que ellos son así, y que o lo tomas o lo dejas.
He perdido miserablemente el tiempo montones de veces tratando de convencer a los unos o los otros de que no puede ser que el martes y 13 dé mala suerte sólo al personal de habla hispana, porque a los anglosajones es el viernes y 13 el día que todo se les tuerce. Me ocurre algo similar con los horóscopos, las cartas astrales y el copón de la baraja: no he encontrado jamás el modo de convencer a sus adictos de que es absurdo que haya pronósticos que valgan para la doceava parte de la población mundial. Tuve una novia la mar de racionalista –de hecho se ocupaba profesionalmente de poner en orden el cerebro de los demás– que no dejaba pasar ni un día sin mirar lo que decía su horóscopo. Me regaló un libro sobre mi signo del zodíaco, que es acuario. Cuando le dije que muchas gracias, pero que ya sabía que yo no creía en esas cosas, me respondió con una sonrisa de suficiencia: «¡Típico de los acuario!».
Como en mi dilatada vida de periodista me ha tocado hacer de todo –y cuando digo «de todo» quiero decir literalmente de todo–, también me ha correspondido suplir la falta del horóscopo previsto. En los primeros tiempos de El Mundo teníamos contratado un servicio de horóscopos norteamericano que nos llegaba por correo (así de primitiva era la cosa). Normalmente lo recibíamos con suficiente antelación, pero alguna vez se retrasó. A mí, como redactor jefe de los de la vieja escuela, me tocaba resolver esas incidencias. Mi modo de solucionar ésta era sencillo: me sentaba ante el ordenador y fabricaba un horóscopo. Mi técnica era simple, pero eficaz: lo llenaba todo de buenos consejos, que no podían hacer daño a nadie. «ARIES. Salud.– Cuídese el hígado. No se exceda comiendo grasas. Evite la ingesta excesiva de alcohol. Dinero.– No malgaste sus ingresos. Lamentará comprar cosas innecesarias. Amor.– Trate bien a su pareja y se verá correspondido». Etcétera.
Jamás recibimos ninguna queja.
Mi rechazo de las supersticiones es tan total y absoluto que cuando ayer me llamaron de Radio Euskadi para preguntarme si no me importaba entrar en la tertulia de hoy, en vez de hacerlo como siempre, en la del miércoles –no quisieron reconocérmelo, pero seguro que el problema se lo ha causado algún supersticioso, que se les ha rajado– respondí de inmediato que me daba lo mismo. De modo que me he levantado a las 5 y media, he desayunado muy tranquilamente, he escuchado las noticias de la radio, he repasado la prensa por internet y me he puesto a escribir, a la espera de que me llamen para comentar la actualidad del día. Cada cosa que he hecho la he cuidado al máximo: me he levantado con el pie derecho, he cruzado los dedos al encender la línea RDSI, he dado al conmutador de los ordenadores con el dedo índice de la mano derecha, me he secado las manos tres veces antes de conectar el microondas... En resumen: que no estoy dispuesto a que ocurra nada que me lleve a dudar de la inexistencia de la mala suerte. ¡Pues bueno soy yo con esas tonterías!
(12 + 1 de mayo de 2003)
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