miércoles, diciembre 21, 2005

Repugnante (II)

Ayer me encontré este artículo en el blog de Jorge Cortell... Al llegar al final del mismo, me sorprendí de que aún tenga la capacidad de asombrarme ante la miseria moral que lucen los más ricos.

domingo, diciembre 11, 2005

El esperpento, deporte nacional

A continuación os copio una noticia aparecida en la página 26 (sección de "España") de El País en su edición de hoy (11-XII-2005) de la mano de Juan Manuel Pardellas. La negrita del final está añadida por mi.

El dedo mutilado

"Es como si me hubieran quitado un brazo, no quería verlo", comentra entre sollozos Pepe Dámaso, el artista que más ha inspirado su obra pictórica y escultórica en el monumento natural de El dedo de Dios
. El monolito de basalto de seis metros de alto se precipitó por efecto del paso de la tormenta Delta por Agaete (el pueblo pesquero y agrícola del noreste de Gran Canaria). Aquella roca se elevaba sobre otra mayor, de 14 metros, en forma de mano, de tal modo que siempre se le conoció como El roque partido. El religioso Domingo Doreste lo rebautizó a principios del siglo pasado como El dedo de Dios. Así sea ha mantenido hasta hace dos semanas.
La pieza yace a tres metros de profundidad hecha añicos de varios centímetros hasta trozos de 1'5 metros. El alcalde, Antonio Calcines, ha convocado a geólogos, etnólogos, artistas y biólogos para que, a partir de esta semana que comienza mañana, determinanen qué se hace, si restaurarlo, abrir un museo, dejarlo como la naturaleza lo moldeó nuevamente o recuperar su antiguo nombre.

Cuando terminé de leerlo parpadeé incrédulo y volví a leer la nota, no fuese que la hubiese entendido mal... Pero no, no me equivocaba. Se proponen, seriamente, a
restaurar una roca tumbada por el viento. Lo primero que pienso es que si restauran dicho monumento natural (ajena a la acción humana), esta pasará a ser artificial (fruto de la acción humana, descartando las opciones más descabelladas)... ¿Y qué dirán en la más que previsible placa commemorativa? ¿Algo como "Roca natural restaurada en fecha de..."?

En fin, como dice el refrán,
"de donde no hay no se saca".

Un artículo lúcido sobre la Monarquía.

Nota: Publicado el 30-V-2004 en El Mundo. Pedro García Cuartango es subdirector de El Mundo y dirige la sección de Opinión del mismo.

Irreal espectáculo

PEDRO GARCIA CUARTANGO

¿Ha mejorado la boda su opinión de la Monarquía? NO

La realidad se ha transmutado en espectáculo en las sociedades desarrolladas, de suerte que la dimensión imaginaria y visual -la representación pura- ha desplazado a los significados de las cosas. Guy Debord escribió hace 35 años que en este mundo de las apariencias lo verdadero es un momento de lo falso.

En esa gran comedia de la que somos actores, la monarquía se ha convertido estos días en el gran espectáculo en el que todos se miran y se sienten reflejados como en un espejo que devuelve los anhelos y frustraciones más íntimos.

Ahogado cualquier debate político o ideológico sobre la monarquía, queda la apariencia pura, el espectáculo que se baña en su propia gloria, las imágenes que se remiten a sí mismas y a un universo virtual de signos sin significado.

El poder de los reyes y de los príncipes ha dejado hace mucho tiempo de sustentarse en las armas y en los vínculos dinásticos. Ni siquiera se asienta hoy sobre una soberanía popular, adormecida por la gran pantalla. El poder de la realeza reside en su capacidad de seducción y, por tanto, en la mera apariencia convertida en seña de identidad. Por ello, el espectáculo es no sólo consustancial a la monarquía sino su esencia misma.

La boda de hace una semana ha resultado un tremendo fiasco en esta dimensión espectacular, que no sólo no ha logrado atrapar a los cientos de millones de espectadores que siguieron la retransmisión de TVE sino que les causó una profunda decepción.

Planos televisivos cenitales que sugerían distanciamiento, colores fríos en sintonía con el día plomizo, un templo impersonal de piedra gris y un público desconocido para los espectadores enmarcaron una ceremonia larga y anodina, cuya única intervención fue el aburrido discurso del cardenal de Madrid.

Cuando la cámara miraba hacia arriba, la vista topaba con los insufribles retratos de Kiko Argüello. Cuando miraba hacia abajo, el poblado bosque de pamelas de las señoras ocultaba la ausencia de jefes de Gobierno y dirigentes extranjeros, que contrastaba con la proliferación de príncipes destronados y aristócratas sin oficio.

El ojo público no captó la pelea a bofetadas de los representantes de las dos dinastías que los italianos no quieren ver ni en pintura ni la cogorza del príncipe de una casa alemana casado con la reina de las revistas del corazón.

Ad majorem gloriam de la Monarquía española, TVE se esforzó por censurar cualquier detalle embarazoso o inconveniente, como la imagen de la Princesa -cuya condición de divorciada se hurtó- en el momento de recibir la comunión.

Para no ofender a los nacionalistas, la Casa Real aconsejó a Gallardón que no hubiera banderas en el recorrido. Tan en serio se tomó la recomendación que no hubo ninguna. El público -alejado por un cordón policial sin precedentes- tampoco se pudo acercar a la comitiva real, que, por cierto, no se detuvo en el monumento a las víctimas del 11-M.

Mientras cientos de miles de madrileños -la única nota épica- aguantaban estoicamente la lluvia durante cuatro horas, la capota del Rolls Royce que conducía a los ya esposos a la basílica de Atocha permaneció cerrada para que el bello traje de la novia no se mojara.

Triste, aburrido, irreal espectáculo, cuya repetición sólo sirvió para resaltar su banalidad. La monarquía ha olvidado la cultura del simulacro que tanto fascinó en el pasado. Desaparecida la seducción y la ilusión, los reyes se quedan en nada.

viernes, diciembre 09, 2005

El gato gris y negro (de Javier Ortiz)

(Artículo publicado el 12-X-2004 en sus Apuntes del Natural)

Ya he contado alguna vez que en mi casa de Aigües, cerca de Alicante, en el campo, recibo la visita de un buen puñado de gatos que deambulan en libertad por la zona.
Hay algunos que en cuanto ven que llego se plantan en el jardín, delante de la puerta de casa, reclamando que les dé de comer, y ya se quedan por las cercanías hasta que regreso a Madrid.

Los cuido lo mejor que puedo. Los gatos –las gatas, en especial– me caen bien, y no dudaría en comprar alguna para que nos hiciera compañía, pero estamos demasiado tiempo ausentes y no es plan.

Los gatos que viven en libertad no son como los domésticos. Si los ves nacer y los cuidas desde que toman teta –cosa que me ha sucedido en los últimos años con un par de camadas–, se acostumbran a ti y puede que alguno permita que lo cojas alguna vez, pero lo normal es que se muestren reacios. En todo caso, si los conoces pasado ya un tiempo, apenas te permiten confianzas.

La familia que me ronda más en los últimos meses, compuesta de una madre, dos hijas y un hijo, es de este último género. La madre no sé de dónde viene y las criaturas las conocí cuando ya tenían más de un mes. Hay una que se deja acariciar, pero sólo cuando te colocas junto a la comida y tiene hambre. Las otras, ni eso. He tratado de aleccionarlas, pero no hay modo. Son relativamente confiadas, pero no admiten mimos.

Me hace gracia que los cuatro –las cuatro, habría que decir en lógica democrática, porque son mayoría las hembras– van siempre en grupo. No se separan para nada. Juegan, riñen, pasean, comen... Todo lo hacen en familia. Son tan parecidas –blancas con algunas manchas de color canela– que cuesta distinguirlas.

A veces se presenta el que supongo que es el padre, un gatazo rubio. Me gusta de él que, cuando les pongo comida, deja que primero se sacien las crías, y sólo después se ocupa de sí mismo.

Admito que, como me divierte jugar con los gatos, me frustra tener tantos tan cerca y que ninguno se avenga a comportarse como los domésticos.

Hasta ayer.

Ayer por la tarde salí al jardín y vi que un gato grande y oscuro, de listas atigradas grises y negras, desconocido para mí, estaba comiendo de los cuencos en los que pongo pienso a las gatas. Según me vio, salió zingando, pero le siseé para llamarlo y se detuvo. Volví a chistarle y, poco a poco, se fue acercando. Le hablé en tono cariñoso y ya no dudó más: volvió a los cuencos y se puso a comer apaciblemente.

Me acerqué y, aunque me miró con cierta desconfianza, no se movió. Lo acaricié, y siguió tan pancho. Le dejé que comiera. Cuando acabó, me senté en el suelo y volví a llamarlo. Vino y, para mi sorpresa, se me subió al regazo. Me puse a jugar con él y me siguió la gracia. Al cabo de un rato, se bajó tranquilamente y se marchó. No lo he vuelto a ver.

Me quedé pensativo. Semanas y más semanas de cuidar a las gatas blancas y canela, de tratarlas como si fueran de la familia, y ni una mala zalamería. Y llega éste, con una pinta de fiera que echa para atrás, y se pone mimoso y juguetón a las primeras de cambio.

Qué curiosos son los gatos. Y qué diferentes entre sí.
Siempre he pensado que se parecen muchísimo a los humanos.


PD: Este artículo coincide con una anécdota similar que tuvo lugar hará ya más de dos años (sería algo larga de contar) y al topar hace un momento con él, no he podido dejar postearlo aquí. Y, por si no lo habéis notado, tengo una gran debilidad por los gatos :)

miércoles, diciembre 07, 2005

Sin comentarios (II)

El Papa llevando un tricornio de Guardia Civil

Fuente: La Vanguardia

sábado, diciembre 03, 2005

Propaganda y agitación

En este artículo del blog de un conocido podéis leer un interesante artículo que desenmasacara una posible maniobra propagandística de... ¿quién?

A ver si otro día encuentro tiempo para hablar sobre el famoso "boicot al cava catalán" y de las mentiras que hay detrás.